¿Cómo será el agricultor del año 2050?
¿Cuán importante puede resultar hoy esta pregunta, alrededor de 8000 años después de que la Agricultura apareciera entre nosotros como una creación humana, en simultáneo en todas las grandes civilizaciones y culturas que vinieron poblando este planeta que nos alimenta?
Aunque nos quede muy lejos en el tiempo para saberlo con certeza, las teorías científicas aceptadas hoy en día dan cuenta del profundo sentido de comunidad que sostiene desde sus inicios a esta práctica, que comenzó con las primeras colectas de semillas silvestres y su domesticación por parte de diferentes grupos humanos, para producir sus propios alimentos conforme iba modelándose la dimensión simbólica de la vida comunitaria.
Cada manifestación de la Agricultura en los diferentes lugares del planeta donde fue emergiendo implicó una precisa combinación de las mejores características de cada ecosistema, aprovechadas por la especie humana para desarrollar diferentes estrategias de supervivencia, tipos de técnicas agrícolas y herramientas, adaptándose al clima y los suelos, en íntima relación con la flora y la fauna.
De este modo aquí en nuestro continente, desde sus orígenes en México y los Andes en Perú y Bolivia, el Hombre fue creando y perfeccionando a través de miles de años un modelo de agricultura propio que cuenta entre sus hitos más importantes las terrazas de cultivo, los sukakollos, las milpas y chinampas, los sistemas de riego y las más de 70 especies y variedades de plantas domésticas sobre un total de más de 350 cultivadas en todo el mundo.
Las formas de hacer agricultura practicadas en todos los continentes, desde sus orígenes hasta su consolidación, implican un conocimiento muy profundo de las leyes cósmicas y sus influencias en los ciclos de la naturaleza, incluyendo la reproducción y el crecimiento en el mundo vegetal.
En el marco de estas múltiples cosmovisiones —reconociendo un orden y movimiento infinito que nos excede como planeta— es que se manifestaron además de las técnicas y herramientas materiales, ciertas capacidades, conocimientos y saberes que dieron lugar a otras formas de entender la realidad e intervenirla, desde intuiciones hasta invocaciones y pedidos de acompañamiento genuino en la responsabilidad sobre la experiencia de vida que significa producir alimentos, que van a influir necesariamente en las vidas de los demás.
Recién en el entresiglo IXX~XX apareció un tipo de agricultura que comenzó a separarse paulatinamente —de la mano de la química inorgánica y la revolución industrial— de la esfera de lo social, de la comunidad, de los lazos sociales como rasgo identitario, convirtiéndose en una especie de superestructura corporativa global, de producción extensiva y gran escala que podríamos llamar agricultura industrial.
Un modelo hegemónico que necesita cada vez menos del trabajador, del agricultor, quien de a poco va viendo diluirse su ideal de un futuro promisorio metiendo las manos en la tierra, teniendo que emigrar a buscar nuevas oportunidades a las grandes urbes, ya sea por iniciativa propia o exigidos por las reglas cada vez más crudas de las transformaciones estructurales de regiones y países.
Afortunadamente este nuevo siglo XXI viene trayendo acaballados, con mucho empuje en todo el mundo, grupos cada día más numerosos e interconectados de agricultores, de trabajadores de la tierra, de instituciones y organizaciones que practican —con muy positivos y demostrables resultados— otros tipos de agricultura: orgánica, biodinámica, agroecología, entre otras.
Familias de agricultores, grupos de iguales experimentando todo tipo de modelos organizativos: emprendimientos, cooperativas, fundaciones, modelos empresarios, todos en constante resignificación frente a una realidad que a medida que se complejiza nos interpela y exige.
Desde los consumidores cada vez más responsables y familiarizados con las problemáticas alimentarias, hasta los productores ocupados en desarrollar modelos eficientes y beneficiosos, pasando por los estados y bloques geopolíticos planificando políticas públicas superadoras y los demás actores involucrados, de todos nosotros exige un compromiso de por vida para reconstituir y hacer florecer aquel sentido de comunidad que iluminó los albores de nuestra relación más íntima con la tierra: la Agricultura.
Hoy, luego de miles de años acumulados de saberes y tradiciones, recetas y descubrimientos, químicos y patentes, intercambios y solidaridades, soberanías y transgénesis, biotecnologías y venenos, aún nos encontramos debatiendo como especie y a escala global acerca de cuál de todas las formas actuales de hacer agricultura es la más alta manifestación humana de la que podamos hacernos responsables.
El 2050 nos espera.
por JANUS Proyecto Rural Integrador, 14 de noviembre de 2017
Agradecemos a Miguel Demarchi (†), agricultor biodinámico y docente del Curso Regional de Agroecología y Agricultura Biodinámica que se dictó en la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCo, por compartir el interrogante que nos impulsa a seguir pensando y trabajando desde nuestro pequeño pedazo de tierra aquí, en la Patagonia. Durante su estadía en la zona tuvimos el agrado de recibir su siempre grata visita en nuestra granja biodinámica y ofrecerle alojamiento.
JANUS Proyecto Rural Integrador propone un modelo que integra las tradicionales sabidurías agrícolas con las tendencias actuales en alimentación y consumo responsable, basado en dos pilares fundamentales: la Agricultura Biodinámica como sistema productivo y la Comunidad que Sostiene a la Agricultura como plataforma de intercambio y comunicación. El Organismo Agrícola que representa la granja aporta esta nueva mirada social como un todo, transformándose en un espacio integral, cultural, educativo, terapéutico y ambiental, para constituirnos como un modelo de producción sustentable en la región del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, con proyección nacional y global.